Caminos paralelos.

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Son las 7:00 de la mañana. Una temperatura de 15ºC a 1150 m de altitud. Me he impuesto una disciplina diaria inalterable. Dos a tres horas de montañismo a primera hora, e igual dosis de talla por la tarde

Multi-aventura programada para unas vacaciones en el pirineo.

Hay sorprendentes paralelismos entre ambas prácticas.

 

 

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Se inicia la jornada poniendo a punto las herramientas, botas ligeras y ropas adecuadas. Los primeros metros aportan la concentración y el calentamiento necesario. Se inician las pendientes. Parecen insalvables.

 

Los útiles de talla se sitúan ante la vista, El modelo, los dibujos, un compás comparador y regla para medir proporciones.Las gubias están preparadas. La forma inicial es tan tosca que parece una hazaña inabordable.

 

Cada vez que el camino se esconde bajo los árboles, puede sentirse el olor y el frescor vivo de la madera. Sauces, fresnos, algún nogal aislado quedan atrás y entramos en el reino de los pinos que va siendo substituido por espesos robledales y matorral de boj.

 

El tilo al ser tallado desprende una fragancia peculiar y mística.

 

La primera jornada sirve para comprobar la torpeza por falta de entrenamiento ante un medio hostil. Aferrarse al camino y no salirse de los límites es la forma de tranquilizar los ánimos e ir conociendo las peculiaridades del entorno real. La montaña pone a cada uno en su lugar.

 

Aferrarse a las cuatro caras en las que hemos dibujado el perfil de la figura parece la única forma segura de iniciar la talla.

 

El resultado de la caminata del primer día concluye con la idea de que es posible mejorar. Las herramientas han respondido, nuestras facultades y concentración no tanto. La duda es si podré seguir en jornadas sucesivas. Vienen otras. ¿Cuál es el objetivo? ¿vale la pena alcanzarlo?.

Llega el segundo día. La parte mecánica ha sido aprendida. Queda más tiempo para mirar y ver. ¿Cómo llegar al mismo objetivo en menos tiempo? Esa es la pregunta. Ya no hay dudas sobre la capacidad de superar las dificultades.

Llega el tercer día y los obstáculos ya son algo familiar. La pregunta es. ¿Por qué no abandonar el camino seguro?.

La cuarta y quinta jornada se convierten en días de exploración. Se buscan referencias, dos o tres son la clave. Estés donde estés te posicionan y tranquilizan.

 

Abandono por fin el dibujo, busco la forma sobre el modelo con la vista y con el tacto. La talla va surgiendo.

 

El objetivo es conocer. Nuevos paisajes, nuevas posibilidades.  Dejar atrás las pretensiones y vanidades.

Cuando tallo sólo pienso en el camino por recorrer. Cuando camino sólo pienso en superar la cima que impone las formas del modelo.

 

La forma de la montaña y del modelo son fijas, inmutables y sin embargo se perciben de forma diferente cada día. Lo importante no es ya el ego, la superación de uno mismo, sino simplemente estar ahí, buscar la salida, llegar al destino.

Un corzo ladra desde el otro lado del barranco. Él no es un intruso en el mundo que atravieso. Ese era el premio. La vida que subyace tras las formas. Un trozo de madera que respira y del que va surgiendo el espíritu de una idea propia o ajena.

Diez días después conozco la mayoría de barrancos y recodos de la montaña inacabable, conozco cada recoveco de la talla. Sé que llegaré a donde me proponga, pero ese objetivo ya no me interesa. Aspiro a algo más difícil.

 

Cada golpe de gubia es el latido de la montaña viva. Cada paso es una aproximación a la forma definitiva del modelo.

Me declaro a mí mismo humilde servidor del viento cálido que subiendo del fondo del valle asciende hasta la cima donde dormita, impasible, el gigante arbóreo.

La idea hecha madera.

 

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